Era un domingo, que por el sábado fiestero, me levanté sin ganas de moto, ¡¡¡Mira que es raro!!!. Había quedado con mis amigos Miguel, María y Antonio de MSP, pero mi cuerpo no estaba para circular. Sin embargo, cuando llegó la hora de salir, el gusanillo motero me empezó a recorrer el cuerpo y no pude por menos que preparar la merienda y montar en mi moto para disfrutar de otro gran día. Y gran día que era, ¿verdad Teresa?
Sin pensármelo dos veces, tomé mi ropa de moto y a Aldeatejada a buscar a mis compañer@s de viaje. El día amenazaba lluvia, y los pronósticos así lo decían. ¡¡¡Uy la que nos va a caer!!! ¡¡¡Que no, que hoy no llueve!!! insistía esperanzado nuestro amigo Antonio. Antes de salir informamos a nuestro amigo Pablo hacia dónde ibamos, por si podíamos reengancharnos en algún punto. Nos pusimos en marcha y entre Vecinos y Tamames nos cayó un poquito de agua, lo justo para refrescarnos y para parar en La Alberca a apertrecharnos con la ropa de agua. Allí ya sonaban los truenos, pero nuestro amigo Antonio insistía: “No va a llover”.
El cielo se tornaba amenazante, pero aún así continuamos hacia Riomalo de Abajo, donde paramos al primer pinchito. El cielo parece que algunos tramos se abría, y entre las nubes se vislumbraban los primeros rayos de sol. Después de la merecida parada continuamos hacia el Meandro Melero.
El firme del primer tramo del camino asfaltado en cemento es bueno y ancho. El último kilómetro y medio está en un estado deprimente, con tierra, piedras y pizarras que amenazaban como un cuchillo a nuestros neumáticos. Tocaba más que nunca extremar las precauciones para evitar caídas y pinchazos.
Por fin llegamos, y el espectáculo que se abría ante nuestros ojos bien merecía las penurias del camino. El meandro estaba a reventar de agua, parece mentira que hasta no hace mucho el líquido elemento brillase por su ausencia. Tocaban las pertinentes fotos y ratito de risas. Sin más dilaciones y viendo que el tiempo nos respetaba sacamos nuestras merenderas para una apetitosa comida. Por un lado la magnifica tortilla con pimientos de María y Miguel, el pan y el loncheado de mi casa y Antonio …., bueno solo él sabe lo que comió jjjjjjj.
El cielo se volvía a tornar amenazante cuando empezamos a bajar, para tomar camino hacia Vegas de Coria, donde tocaba repostar y tomar un cafetito. Continuamos camino hacia La Pesga. No pude resistirme a parar al pasar por el puente antes de llegar a La Pesga, el agua cubría un paisaje que unos meses antes era un extenso socarral, sin gota de agua (ésto lo podéis ver en la crónica Los Rigores Del Verano). La tarde estaba mejorando, incluso cuando llegamos a Granadilla hacía una temperatura que provocaba que nos fuésemos quitando las capas de ropa que llevábamos. El sol calentaba y con las cazadoras y pantalones de la moto hacía hasta calor.
Tocaba ver Granadilla, sin pasar de la torre porque nuestro amigo Miguel tenía dificultades para pasear por el pueblo. No pasa nada, la escusa perfecta para tener que volver. Subimos a la torre y pudimos presenciar el maravilloso paisaje de 360º que se abría ante nuestros ojos. No sabíamos dónde mirar, el agua y los colores de la primavera nos rodeaban. Allí nos llevamos una grata sorpresa, nuestra amiga y compañera Pilar estaba allí con unos amigos, y sin saberlo pudimos coincidir.
Abajo estaba mi gran amigo Plácido, que no dudó en decir: “Baja anda que te dé un abrazo”. Plácido, amigo y compañero en mis dos peñas moteras, y sobre todo un ejemplo a seguir de lo que es un motero. Una gran alegría ver allí a mis amigos, si Pilar, a los dos jjjjjj. A ellos en Hervás les había pillado la lluvia, sin creerse apenas que nosotros la hubiésemos regateado durante todo el día.
Tocaba volver, la tarde avanzaba y no queríamos llegar tarde a Salamanca, era domingo y al día siguiente tocaba a maitines. Nos despedimos de nuestros amigos y compañeros y volvimos a las motos. La tarde definitivamente estaba mejorando y cuando paramos en el Roma, a tomar el último refrigerio, nos quitamos las capas que quedaban. Último ratito de paz y camino por nacional hasta Puerto de Béjar y allí la autovía hacia Salamanca.
Apenas pasaban las siete cuando llegamos. Nos fuimos separando cada uno a su destino, pero todos con la sonrisa debajo de nuestras viseras, esa sonrisa y esa felicidad que solo un moter@ sabe distinguir. Habían sido en torno a 300 km, amenazantes por la lluvia pero felices por haberla esquivado y el gran día que habíamos pasado.
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