Palabra de mesepero
Viajar es vivir dos veces. El ser humano que viaja crea el mundo a su antojo. Hay en el viaje de los hombres una forma nueva de ver la vida y los recuerdos. Echar tierra por medio siempre ha sido una forma efectiva de distanciar los problemas que a diario nos agobian. Si las penas con pan son menos, los problemas se disipan con ver nuevos paisajes.
La visión del mundo desde la moto ofrece las mejores perspectivas. Quien viaja en moto no profana el paisaje con la velocidad del automóvil ni se agobia contemplándolo con el caminar cansino del viandante. En el raudo caminar de los moteros hay un nuevo descubrimiento del mundo. Una nueva forma de ver la vida y, sobre todo, un nuevo estado de ánimo.
Los textos e imágenes del libro son el mejor documento. Tal vez, nadie en su vida diaria sería tan limpio y espontáneo. Es pretencioso hablar de eso que los filósofos llaman panteísmo, pero sí es cierto que en todo motero que se precie de su condición hay un afán jovial por disfrutar de todos los encantos que ofrece su experiencia. Ancho es el mundo e infinitos los atractivos que el paisaje ofrece. Y tan digna es la contemplación de un paisaje deslumbrante como la casa derruida o el anciano que uno descubre apoyado en su cayada mirando con nostalgia el sol que se va, como la vida. Pero nunca faltará un roto para un descosido: el paisaje de estas tierras nuestras esconde otros placeres. ¡Cómo no evocar esos platos compartidos en restaurantes de paso, recoletos, o las delicias cocinadas por nuestras dulcineas del motor! Qué sería de nosotros sin la delicadeza de sus manos.
Hay por otra parte en estas páginas una íntima batalla contra el olvido. Las crónicas que tienes en tus manos, mesepero querido, son un intento de luchar contra el paso del tiempo, que todo lo destruye en su pasar inexorable. No lo venceremos, pero los textos e imágenes de estas páginas serán siempre un bello motivo para la recuperación de esas experiencias, vividas fugazmente. Vividas (¡ay Señor, Señor!) en momentos de felicidad que uno ni imaginaba ni recuerda.
Por ello, bienvenidos sean estos documentos que nos reconfortan recreando los momentos felices y nos defienden de la nostalgia, inevitable con el paso de los años. No olvidemos que el tempus fugit amordaza nuestras vidas y que sólo estas páginas pueden servirnos de mínima defensa.
Nicolás Miñambres
Salamanca, 26 de noviembre de 2010