Romance de los meseperos
Licencia pido a la audiencia
para contar una hazaña,
sin duda de las más nobles
y singulares de España.
Por fin, el ocho de octubre,
el zumbido se ha escuchado,
dormía desde hace tiempo
en el motor rezagado.
La tribu de Meseperos
su eslogan ha proclamado:
“Acudid todos al punto,
Colmenar está esperando”.
Los nervios a flor de piel,
las máquinas berreando,
por frontera el horizonte;
la gesta se está fraguando.
A las nueve ante meridiam
del día ya mencionado,
en el “A-Sesentaiseis”
las viandas van catando,
para dirigirse presto
al lugar que han acordado,
“La Fontana” era su nombre,
lo tenían bien guardado.
Algunos sin más compaña
que la montura y el casco,
otros con sus Meseperas,
el recinto van llenando.
Con el ceño muy fruncido
alucinan los novatos,
no dan crédito a sus ojos
de lo que están observando.
Vienen de hermanas regiones
a conocer estos pagos,
uno desde las Canarias,
otro de tierra de vascos.
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Mas, prosigamos la historia,
que el tiempo ya va apremiando
y no conviene al juglar
entretener el relato.
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Enfilan la carretera
siguiendo el itinerario,
el pájaro, a la cabeza,
la ruta les va marcando,
en retaguardia, la escoba,
los zagueros va escoltando,
los cruces, bien protegidos
por moteros avezados,
y el motógrafo, que acecha,
con la cámara en la mano.
Arriban a Sorihuela
con el gaznate “en secano”,
y en la taberna primera
que en el pueblo han encontrado,
devoran las provisiones
hasta que el hambre saciaron.
¡Vive dios, vino y cerveza,
sin compasión agotaron!
Después les espera un niño,
por Alejandro nombrado
para recibir presentes
que la tribu ha recaudado,
que subido a la montura
de un Mesepero “Harlyano”,
se le escapa una sonrisa,
que el alma les ha robado.
¡Voto al cielo, que vi algunos,
de los sus ojos llorando!
Apaciguada la gula,
a la ruta retornaron
y hacia la ciudad de Béjar,
sus pasos encaminaron.
Atraviesan la Calzada,
Valdehijaderos y Horcajo,
y a la hora convenida,
a Colmenar han llegado,
para yantar en la venta
de un cocinero afamado,
“Cotolina” era su nombre,
lo tenía bien ganado.
No faltaron langostinos
ni entremeses en los platos,
y el menú se completó,
con la carne de un marrano,
regado con vino tinto
de taninos ajustados,
mezclarlo con gaseosa,
considero, era obligado.
Después con solemnes voces,
sus cantos han entonado
lanzando a los cuatro vientos,
sus mensajes solidarios.
Historias simples de hombres,
curtidos en mil trabajos
que encontraron en las motos
sin quererlo o planearlo,
la forma de ser mejores
y de pasar buenos ratos.
Mujeres y hombres sencillos
que a lomos de sus “caballos”
que adoptan forma de moto
otro mundo van soñando,
cual Quijotes Meseperos,
sin prisa… siempre despacio.
Luis Can
20 de octubre de 2017